lunes, 26 de octubre de 2015

Sábado en Barcelona

Me despierto, mis sábanas me han atrapado y no me dejan salir de la cama. El suelo esta frío, me estiro con todo el cuerpo y me levanto poco a poco. Está todo oscuro, solo pasa un hilo de luz entre las persianas. Me voy hacia la cocina, huele a café, me sirvo una taza y me voy al salón. Hace buen día, mis hermanos están correteando por toda la casa y mi madre les grita para que se vayan a vestir. Mi hermana, de 16 años, parece que sigue soñando, casi no puede abrir los ojos y su cara parece dormida. Me voy a duchar, hoy vamos a comer fuera con unos amigos, abro la llave del agua caliente, me pongo debajo y no se si me despierta o me duerme más pero estoy muy a gusto debajo del agua. 

Me arreglo y poco después nos vamos todos hacia el coche para ir a un restaurante que está a las afueras de Barcelona. Al cabo de media hora llegamos, ¡qué bonito!, el restaurante está en una casa de campo, y tiene caballos, está todo muy bien cuidado. Los amigos de mi madre tienen un perro desde hace poco, es precioso, bueno preciosa, se llama Kira, tiene unos dos meses y parece un peluche, con el pelo gris y los ojos de un azul cielo que parece de anuncio. 

Nos sentamos en la mesa, en un extremo los mayores y en el otro los pequeños. Pedimos la comida y en muy poco tiempo sirven a los niños,¡qué buena pinta!, todos se piden lo mismo, no vaya a ser que haya peleas por la comida, costillas de cordero con patatas fritas. Mientras tanto, nosotros comemos tostadas con tomate, pero enseguida nos llega nuestra comida, ¡suerte que he pedido un plato único! me traen un solomillo con patatas y judías, tan grande que no cabe ni en el plato, los demás me miran asombrados ya que por no fiarse de mi instinto, se han pedido dos platos. Está todo buenísimo, pero era de esperar, los restaurantes al estilo tradicional no suelen fallar nunca.

Después del café, vamos a la terraza de fuera que da a las pistas de equitación, tanto los caballos como los jinetes y amazonas parecen profesionales. Después de unas horas hablando, decidimos trasladar la fiesta a Barcelona, cosa que me va genial porque he quedado con unos amigos para cenar y ya son las siete de la tarde. Así que, nos metemos todos en los coches y nos vamos para casa de mi madre. 

Una vez allí, me voy corriendo al baño para arreglarme, tengo que estar presentable, ya que, hace un mes y medio que no veo a mis amigos, es lo que tiene estudiar en Pamplona. En el salón parece que han puesto un altavoz, el sonido se amplifica, y es que entre los niños que no paran y los adultos que tampoco se callan, parece una casa de locos, les dejo a lo suyo y me voy escaleras a bajo a buscar un taxi. 

Cuando me bajo del taxi, mi amigo Oriol, me está esperando al lado de la puerta ya que había salido del coche de su madre al mismo tiempo que llegaba yo. Su hermana se me tiró encima, me dio un beso y se metió de nuevo en el coche de su madre. Mi amigo y yo nos dimos un abrazo y nos pudimos a buscar a Judith, que en teoría hacia rato que nos estaba esperando, dimos un par de vueltas y la encontramos entre la multitud con una sonrisa e oreja a oreja. Comimos en la terraza de un restaurante italiano, tanto el lugar, como la comida como el servicio eran inmejorables, aunque eso también tenía algo que ver con la compañía. El estilo del restaurante era moderno, minimalista, pero a la vez tenía detalles rústicos, combinando madera y hierro y la terraza tenía cuatro arboles y que la hacían muy acogedora. Después de comer y de hablar durante horas nos tuvimos que despedir. 

Cuando volví a casa, los amigos de mi madre seguían allí, animados como siempre, y los niños habían sido aducidos por "nintendos" y estaban tirados en el sofá, hasta que empezaron a quejarse de que tenían sueño y querían dormir. Al poco rato llegaron los taxis que les llevarían a casa, así que me despedí de todos y al irse ellos a mi madre y a mí parecía que poco a poco el sueño nos iba invadiendo así que decidimos ir a dormir y dar la fiesta por terminada, mañana sería un nuevo día. 

Lo que más pena me dio, al irme a dormir, es que me di cuenta que no me había despedido de Kira, ojalá se hubiese quedado un par de días, ¡qué cosa más tierna!.

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